Colonialismo y socialismo: hacia una interpretación marxista de la historia de Puerto Rico (1974)

Cuadernos Políticos, número 3, México, D.F., editorial Era, enero-marzo de 1975, pp. 19-32 Manuel Maldonado-Denis Colonialismo y socialismo: hacia una interpretación marxista de la historia de Puerto Rico ( Ponencia presentada ante el coloquio sobre Estructuras Políticas y Relaciones Internacionales en el caribe auspiciado por UNESCO, CLACSO y UNAM. México, D. F. 21-25 de octubre de 1974.)

El propósito del presente trabajo no es —no podría serlo dada su limitada extensión— la de ofrecer así sin más una interpretación marxista de la historia de Puerto Rico. Nos guía el propósito más modesto de plantear una serie de problemas que presenta cualquier intento de interpretar la historia puertorriqueña desde una perspectiva marxista.

Dichos problemas se agudizan considerablemente debido a dos factores primordiales: de una parte, es muy magra la contribución que, desde el punto de vista del pensamiento crítico y de la tradición historiográfica marxista, se ha hecho a la mejor comprensión de nuestra historia si se le ve desde la perspectiva del materialismo histórico. Intentos de interpretación marxista tales como los de Corretjer, Andreu Iglesias y Lanauze Rolón , entre los más conocidos, han adolecido de la falla de que por su propia naturaleza han sido productos de circunstancias que han limitado considerablemente un tratamiento sistemático de nuestro desarrollo histórico.

Ha sido sólo en un periodo relativamente reciente que tanto las organizaciones políticas de izquierda como algunos autores con orientación marxista han afrontado la tarea de elaborar una interpretación de nuestra historia desde esa perspectiva.

Esta situación debe entenderse a la luz de la influencia ideológica decisiva que ha ejercido entre las filas del movimiento independentista puertorriqueño la revolución cubana de 1959 y la crisis mundial del imperialismo que ha contribuido a detonar la guerra de Vietnam.

Lo dicho hasta aquí no debe interpretarse como una afirmación en el sentido de que antes del decenio del sesenta el marxismo se desconocía en Puerto Rico. Con anterioridad a la fundación del Partido Comunista de Puerto Rico en 1934 había sectores dentro del Movimiento Obrero Puertorriqueño que tan temprano como en 1917 plantearon tesis marxistas y antiimperialistas muy avanzadas para su época.

Sin embargo, la influencia marxista en el movimiento obrero puertorriqueño sólo se manifestará después de la fundación del Partido Comunista Puertorriqueño, y ello primordialmente a través de la relativamente breve etapa que culmina con la fundación de la Confederación General de los Trabajadores (CGT). En contraste con el caso de Cuba —donde a partir de 1925 la influencia de la ideología marxista en el movimiento obrero cubano es decisiva—, en Puerto Rico el anarcosindicalismo de una parte y el tradeunionismo de corte norteamericano de la otra constituyen la tendencia ideológica hegemónica dentro del Movimiento Obrero Puertorriqueño.

Lo que pretendo afirmar, pues, es que el marxismo ejerce hoy en día una enorme influencia sobre los sectores más avanzados de la intelectualidad puertorriqueña, así como de sus principales movimientos libertadores, si bien dicha teoría está aún lejos —y dado nuestro status colonial-capitalista dependiente es comprensible que así sea— de constituir lo que David Horowith ha descrito como el “paradigma” de las disciplinas sociohistóricas.

El presente auge del marxismo en el movimiento libertador puertorriqueño no es desde luego un hecho fortuito ni accidental. Es bueno recordar en el contexto presente la siguiente observación de Marx:
La humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización.

En este caso ha sido el surgimiento y desarrollo de un proletariado industrial creado en el seno mismo de la sociedad colonial-capitalista dependiente, así como la crisis misma de un sistema prisionero de unas estructuras que cimentan y refuerzan la explotación de esa misma clase obrera, lo que ha contribuido a que el socialismo se proponga hoy como un objetivo alcanzable del pueblo puertorriqueño. No se trata por lo tanto de un simple epifenómeno, de una teoría traída por los cabellos a nuestra realidad nacional, sino de un hecho objetivamente comprobable: Puerto Rico no puede permanecer al margen de la historia universal y del desarrollo del ésta hacia formas superiores de convivencia social y humana.

Cualquier intento de interpretación marxista de la historia de Puerto Rico, empero, tropezará por fuerza con varios obstáculos importantes: 1] la carencia de una tradición viva de historiografía marxista, así como de obras teóricas que hayan pretendido poner en su justa perspectiva ideológica la aportación del marxismo a la clarificación de la problemática puertorriqueña; 2] la falta de una “praxis” manifestada históricamente bajo la guía ideológica del marxismo. Vale decir, la carencia de movimientos sociales de envergadura masiva que hayan permitido la decantación de prácticas y experiencias cuyas lecciones puedan servir como base para presentes y futuras elucubraciones en este campo; 3] el dominio prácticamente monopolístico de las facultades de ciencias sociales e historia por parte de ideólogos colonialistas-burgueses, relegándose en dichas facultades al marxismo al limbo de lo exótico y de lo absurdo; 4] la recepción tardía del marxismo en nuestro ámbito si se le compara con la recepción de éste en otros países del hemisferio.

Tomando todos esos factores en consideración comenzaremos planteando un conjunto de problemas —todos ellos inextricablemente ligados entre sí— que deben, a nuestro juicio, servir a manera de guía para una interpretación marxista de la historia de Puerto Rico. Para algunos de esos problemas no tenemos una contestación definitiva. En esos casos sugeriremos algunas hipótesis a la luz de la evidencia historia disponible. En ningún caso pretendemos hacer de Marx un nuevo oráculo de Delfos, sino meramente explorar hasta dónde nos llevan sus teorías y sus metodologías. He aquí alguno de esos problemas:

1 ¿Es Puerto Rico una colonia de tipo clásico o debe considerarse como ejemplo de una sociedad neocolonial?

La mejor manera de contestar esta pregunta es recurrir a los escritos de Marx y Lenin sobre el problema del colonialismo, particularmente a la obra de este último. En ella podemos encontrar descritas todas las características básicas imperialismo en cuanto fase superior del capitalismo como perfectamente aplicables al caso de Puerto Rico: conquista militar, explotación de mano de obra barata y abundante, despojo de las materias primas del país colonizado por el país colonizador, apertura de un mercado cautivo donde el país imperialista puede vertir sus mercancías excedentes.

El concepto de “colonialismo de tipo clásico” debe entenderse a la luz de lo recién descrito. Puerto Rico se distingue de las sociedades bajo dominio neocolonial por el hecho de que Estados Unidos ejerce sobre nuestra nación un dominio directo, a través de las múltiples agencias e instrumentos que determinan los más importantes aspectos de nuestra vida colectiva. Al carecer Puerto Rico del mero ejercicio formal y legal de la soberanía, las condiciones estructurales para el cambio social se dan dentro de un marco que permite a la metrópoli una penetración mucho más intensa y extensa en todos los aspectos de nuestra vida colectiva que lo que es el caso en sociedades dependientes de carácter neocolonial.

El argumento en el sentido de que la sociedad puertorriqueña actual es una que por su
desarrollo industrial y el consabido crecimiento de un proletariado urbano difiere básicamente de sociedades coloniales de economías predominantemente agrícolas pasa por alto el hecho de que un mismo fenómeno, en este caso el imperialismo, toma diversas formas sin alterar para nada su sustancia. Lo que ha cambiado en Puerto Rico ha sido la estrategia económica del imperialismo, hecho que se da como resultado de las transformaciones que sufre la economía capitalista a partir de la segunda guerra mundial. El tránsito de una economía agraria asentada sobre el monocultivo a una predicada sobre el flujo de capitales concentrados en la manufactura obedece, no a una decisión de la débil burguesía puertorriqueña, sino a la necesidad imperialista de buscar enclaves de alta rentabilidad donde pudiesen establecerse aquellas empresas medianas y pequeñas que no podían competir con las gigantescas empresas monopolísticas multinacionales. Es ésta la primera fase del proceso de industrialización, asentado en el predominio del capital variable sobre el capital constante y cuyo signo principal es la explotación de la mano de obra barata y abundante y el señuelo de la exención
contributiva industrial. Puerto Rico tendrá en ese momento —aproximadamente de 1946 a 1960— el carácter de un campo experimental, razón por la cual el término de “vitrina”, producto de los ideólogos de la colonia, no era una simple metáfora propagandística, sino la descripción de la realidad misma.

A partir de 1960 entran en escena las petroquímicas y la ecuación se invierte: el capital constante será mayor que el capital variable. El advenimiento de la era petroquímica ha marchado de la mano con el éxodo de las pequeñas y medianas empresas que, al agotar su exención contributiva y confrontada con aumentos salariales, emigran en busca de nuevos veneros de explotación bajo el “fomento” de los gobiernos de Haití y Santo Domingo. El proyecto de un superpuerto petrolero pone las cosas en su justa perspectiva, ya que se ve claramente cuál es el nuevo papel que le asigna la estrategia económica imperialista a Puerto Rico.

Es por estas razones que estimamos como correcta la proposición teórica de que Puerto
Rico es una colonia en el clásico sentido del vocablo, vale decir, que se trata de una sociedad encuadrada perfectamente dentro de las condiciones expuestas por Lenin en su descripción del fenómeno imperialista.

2. El modo de producción imperante en Puerto Rico en un determinado momento histórico debe verse en conexión con las diferentes fases por las cuales atraviesa el capitalismo a nivel mundial

Resulta por lo tanto incorrecta cualquier descripción de las formaciones económico- sociales puertorriqueñas con base al esquema de que nuestra sociedad ha atravesado por los diferentes modos de producción que Marx expone en su obra, a saber, comunismo primitivo, modo asiático, modo feudal, modo capitalista, etcétera. No hay duda, de otra parte, de que se dan en Puerto Rico, con antelación al desarrollo del capitalismo dependiente-colonial que hemos vivido durante este siglo, modos precapitalistas de producción.

No obstante, dichos modos precapitalistas de producción no pueden entenderse más que desde el punto de vista de la integración de los países coloniales al mercado mundial que Marx mismo nos describe en el tomo primero de El Capital: El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el cimiento de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros; son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria.

Tras ellos, pisando sus huellas, viene la guerra comercial de las naciones europeas, cuyo escenario fue el planeta entero. Rompe el fuego con el alzamiento de los Países Bajos, sacudiendo el yugo de la dominación española, cobra proporciones gigantescas en
Inglaterra con la guerra antijacobina, sigue ventilándose en China, en las guerras del
opio, etcétera.

Luego entonces, en palabras de Mandel, “el imperialismo […] es una forma combinada
de desarrollo social que entrelaza las formas más atrasadas y las más modernas de actividad económica, explotación y vida sociopolítica, en formas variables, en diferentes países”.

Las formaciones económico-sociales de los países coloniales deben verse a la luz de la “ley universal de desarrollo desigual y combinado” que el imperialismo lleva hasta sus últimas consecuencias. Ello explica o contribuye a explicar por qué Puerto Rico —que es una sociedad donde no habrá de abolirse la esclavitud hasta 1873— se halla no obstante integrado a la economía capitalista a través del mecanismo del mercado mundial. El sociólogo brasileño Florestan Fernándes, en un trabajo reciente acerca de las clases sociales en América Latina, ha contribuido a aclarar la cuestión al sugerir el concepto “sistema de producción colonial” como el más adecuado para descubrir la naturaleza de la economía y la sociedad latinoamericana, y por ende puertorriqueña, que es la que nos preocupa en este trabajo.Aunque sea un poco extensa, citamos la opinión de Florestan Fernándes a continuación:

En realidad, el elemento capitalista central de la economía colonial provenía del comercio colonial interno y externo, lo cual imponía formas de apropiación y de expropiación —y por lo tanto de acumulación de capital— precapitalistas. El reverso del capitalismo comercial en América Latina era un sistema de producción colonial,
estructural y dinámicamente adaptado a la naturaleza y a las funciones de las colonias de explotación. El carácter precursor de tal sistema de producción aparecía en las combinaciones de la esclavitud, la servidumbre y modalidades meramente suplementarias de trabajo pagado con la creación de una riqueza destinada a la apropiación colonial, ordenada legalmente y practicada por medios político- económicos. Los que afirman que el sistema de producción colonial, así constituido, no era feudal están en lo cierto, porque tal sistema de producción requiere un contexto histórico en el que el feudalismo sería una aberración regresiva. Por otra parte, en ausencia de un mercado interno capaz de funcionar como un auténtico mercado de “tipo burgués”, y dada la estructura de las relaciones económicas imperantes en el sistema de producción colonial (predominantemente fundadas en modalidades directas de apropiación de la persona, bienes y servicios de los trabajadores), el modo de producción vigente sólo era “moderno” en cuanto adoptó la creación de riquezas, a las funciones que debían cumplir las colonias de
explotación, en virtud de su articulación económica, legal y política a las economías y las sociedades metropolitanas de Europa.
Siguiendo a Fernándes, podemos decir que la sociedad puertorriqueña muestra entonces
durante los primeros cuatro siglos de su existencia formaciones económico-sociales
peculiares de los sistemas coloniales y que el tránsito del capitalismo de su fase mercantilista a su fase comercial deja su impronta en todo el desarrollo de las clases sociales en Puerto Rico, sobre todo a partir del siglo XIX. Es de vital importancia, no obstante, que todo el desarrollo de la sociedad puertorriqueña durante el periodo de la colonización española sea estudiado desde una perspectiva histérico-social de manera mucho más exhaustiva que lo que ha sido el caso hasta este momento.

Son esperanzadoras en ese sentido las investigaciones históricas de los compañeros Ángel Quintero Rivera, Gervasio García, Guillermo Baralt y Benjamín Nístal, para mencionar sólo a los más prominentes, que se han abocado a la tarea ya cumplida en las demás Antillas por estudiosos tales como Julio Le Riverend, Manuel Moreno Fraginals, José Luciano Franco, Gerard Pierre-Charles, Suzy Castor, Hugo Tolentino, Pedro Mir y Franklin Franco.

Creemos que la aportación al análisis histórico-social por parte de los compañeros antes mencionados servirá de mucho para aclarar aspectos de nuestra historia tales como las causas económico-sociales del “Grito de Lares”, la abolición de la esclavitud y sus consecuencias histórico-sociales, los jornaleros en la sociedad puertorriqueña del siglo
XIX, etcétera. Pero definitivamente tenemos que reconocer que, desde una perspectiva
marxista, la historia social de Puerto Rico, particularmente en lo referente a la sociedad
colonial bajo el dominio español, está todavía por hacerse.

3 El hecho sociohistórico de que Puerto Rico no haya alcanzado aún su independencia no es el resultado de presuntas “fallas” en nuestro “carácter nacional”, sino que es el producto de la debilidad e incapacidad de la burguesía nacionalista como clase social.

Esta clase ha agotado ya sus posibilidades como agente de cambio social en nuestra sociedad. En el momento histórico que vivimos corresponde al proletariado industrial el papel fundamental en el proceso de la transformación revolucionaria de la sociedad puertorriqueña.

Me parece innecesario señalar, en el contexto presente, que las teorías que pretenden
explicar nuestra condición colonial a base del recurso de adjudicar a nuestro pueblo rasgos tales como “la docilidad”, el “aplatanamiento”, etcétera, son en realidad el producto de las elucubraciones de una clase acorralada que ha agotado sus posibilidades históricas y que culpa a las masas por negarse a seguir los dictámenes de las élites ilustradas. Por ese motivo me parece que el método más fructuoso para enfocar este problema debe basarse en un análisis de las clases sociales puertorriqueñas y del poder —o carencia de poder— que éstas hayan podido ejercer en el contexto de nuestro medio social. Ése debe ser, sin lugar a dudas, el punto de partida para cualquier interpretación marxista de la historia de Puerto Rico.

Si Puerto Rico no ha logrado aún su independencia formal, ello se ha debido a que la clase que la hubiese podido lograr nunca pasó de ser un caso extremo de la “lumpenburguesía” de que nos habla Gunder Frank. El contraste con Cuba resulta aleccionador. La burguesía puertorriqueña del diecinueve no alcanzó nunca el grado de madurez y desarrollo de la burguesía cubana de ese mismo periodo. Como se indica más adelante, el desarrollo de las fuerzas productivas en Puerto Rico no se halla al nivel del desarrollo de las mismas en la sociedad cubana en ese momento histórico.

El profesor Ramón de Armas ha definido claramente el problema desde una perspectiva comparada al apuntar lo siguiente:
Puede entonces delinearse, a grandes rasgos, una estructura pequeño parcelaria de la
propiedad de la tierra, dentro de la cual la célula básica de una economía de exportación
plenamente constituida —el latifundio—, si bien no está excluida, no ocupa aún posiciones predominantes. Y ello nos sitúa, consiguientemente, ante el cuadro de una economía que todavía conserva apreciables perspectivas de desarrollo ulterior; de una organización económica de cuyos beneficios es partícipe —si bien en muy diferentes grados— una mayoría significativa de la población rural. A su vez, esta población rural se caracteriza en el periodo por una alta proporción de población propiamente campesina (o pequeños agricultores), por una menor proporción de trabajadores agrícolas asalariados (o proletariado agrícola), y por la ausencia de fuerza de trabajo esclava desde más de dos décadas atrás.

No están operando aún en ella, evidentemente, los factores que operaron para condicionar las posibilidades de surgimiento violento y continuación de una revolución radical en el otro territorio americano de supervivencia colonial española: Cuba. Estos factores pueden caracterizarse, fundamentalmente, como: consolidación de una economía exportadora con alto grado de permanencia, predominio absoluto de dicha economía de exportación dentro de la economía nacional, muy avanzado proceso de concentración de la propiedad dentro de ella, consiguiente desposesión generalizada de las grandes masas de la población rural, falta absoluta de perspectiva de desarrollo fuera de la esfera de exportación y consiguiente exclusión de una parte significativa de las clases poseedoras de medios de producción.

Mientras que, muy por el contrario —y dejando a un lado los elementos comunes inherentes a la expoliación y dominación metropolitana—, Puerto Rico parece haber estado aún, hacia la época, en una etapa de relativo florecimiento económico en la que todavía no ha culminado la conformación de un cuadro económico-social cerrado a toda perspectiva ulterior de desarrollo.

El proceso precipitado de entrega del patrimonio nacional que acaece en Cuba y en Puerto Rico a partir de la guerra de 1898, hace que Puerto Rico recorra el camino de la enajenación del patrimonio que presenciamos durante las primeras cuatro décadas de dominación norteamericana, pero con una importante salvedad frente a Cuba: al convertirse en un país con economía exportadora en ese periodo histórico, Puerto Rico transita el camino que ya Cuba había recorrido, pero sin que logre desarrollarse en. el seno de su sociedad una burguesía similar a la cubana.

Se trata de una burguesía en extremo débil y dependiente que emprende sus proyectos de reformas —al igual que otros países latinoamericanos— bajo el signo del desarrollismo característico de la posguerra. Pero un desarrollismo dentro de un
marco colonial no podía menos que cimentar nuevas formas de dependencia económica y fomentar el surgimiento de una clase parasitaria totalmente identificada con la clase
hegemónica de la metrópoli. Como bien ha indicado Octavio Ianni:

La verdad es que las relaciones de tipo imperialista crean grupos sociales parasitarios.
Es obvio que la dependencia estructural provoca deformaciones en la estructura
productiva del país subordinado (por la hipertrofia de algunos sectores y la atrofia de
otros). En el mismo sentido, es evidente que las relaciones de dependencia crean grupos
sociales parasitarios; o mejor, transforman la clase dominante “nativa” y también
algunos grupos pertenecientes a las otras clases sociales, en beneficiarios de la propia
dependencia.

Lo cierto es que la burguesía puertorriqueña nunca logre un desarrollo suficiente como
para que sus intereses entraran en contradicción con los intereses de la metrópoli. El sector nacionalista de dicha burguesía ha sido un sector de cierta importancia numérica, pero de escaso poder económico y político. La burguesía “lumpen” que medra en el
“lumpendesarrollo” descrito por Gunder Frank es ya definitivamente una clase con
demasiadas ataduras con la metrópoli como para que pueda pensar en la independencia de Puerto Rico. Sólo los sectores nacionalistas menos “integrados” a la metrópoli pueden —mediante una alianza con la clase obrera que ha surgido al calor del desarrollismo—constituir una fuerza capaz de romper con la principal causa estructural de la dependencia: el colonialismo capitalista dependiente.

Es el reconocimiento de que hoy en día sólo la clase obrera podría ser capaz de constituir la espina dorsal del movimiento libertador de Puerto Rico lo que ha determinado que los principales partidos independentistas actualmente propugnen que no puede haber independencia sin socialismo ni socialismo sin independencia. En sus orígenes, la clase obrera puertorriqueña estaba compuesta principalmente por obreros agrícolas tales como los tabaqueros, los trabajadores de la caña, etcétera. Dicho movimiento carecería, en su momento, de la fuerza necesaria para librar la doble batalla de la justicia social y la independencia.

Más aún, sus luchas eran por lo general contra la débil burguesía nacionalista que surge durante los primeros treinta años de dominación estadounidense. Durante la crisis del sistema colonial que marca la década del treinta, el movimiento obrero puertorriqueño llega a crear un instrumento eficaz de lucha antimperialista mediante la fundación de la Confederación General de Trabajadores (CGT). Pero ésta sucumbe ante el divisionismo y el peso del poderío del Partido Popular Democrático y sus proyectos desarrollistas. Ese mismo desarrollismo, sin embargo, ha contribuido al surgimiento y desarrollo de una numerosa clase obrera urbana. Es este proletariado urbano —debidamente organizado y con un instrumento eficaz capaz de canalizar su lucha— la principal esperanza de Puerto Rico en su lucha por poner fin a la penetración imperialista que pesa como un íncubo sobre su desarrollo político, económico y cultural.

Con el surgimiento del proletariado urbano como clase en sí dentro del contexto de la
sociedad puertorriqueña actual, el problema consiste en que dicho proletariado, mediante una toma de conciencia política radical, se convierta en una clase política para sí, en la fuerza propicia para servir como el principal agente de cambio social revolucionario de Puerto Rico.

La vieja ideología del “tradeunionismo” norteamericano que apuntalaba a los movimientos obreros puertorriqueños durante las primeras cuatro décadas de este siglo ha demostrado su total bancarrota frente a la situación del obrero puertorriqueño bajo un régimen colonial y capitalista. Es por la comprensión de la nueva coyuntura histórica que vive nuestro pueblo que el movimiento independentista puertorriqueño ha trascendido los viejos esquemas basados en nociones románticas y apocalípticas del proceso revolucionario y ha gravitado hacia una interpretación marxista de éste.

De otra parte el carácter parasitario y superdependiente de la burguesía puertorriqueña se hace cada día más obvio. Es evidente que aquellas capas sociales de la débil burguesía puertorriqueña que abrazaron el nacionalismo, frente al proceso sistemático de expropiación de que fueron víctimas bajo el alud de capital norteamericano que se desbordaría sobre nuestro pueblo durante las primeras cuatro décadas de este siglo, nunca estuvieron en condiciones de realizar, exitosamente, una revolución anticolonial en nuestra patria. Ello es así máxime cuando la propia contradicción entre sus intereses inmediatos como clase y los de la clase obrera que signan ese periodo de nuestra historia impide una alianza de clases, una unión de las fuerzas anticolonialistas contra la dominación imperialista de Puerto Rico.

Sin el apoyo de las masas obreras era sumamente difícil, por no decir imposible, que la pequeña burguesía nacionalista pudiese romper con la atadura colonialista. Ello se entiende a la luz de la propia ideología nacionalista, refractaria a la tesis de la lucha de clases y proclive a una noción de que la nación es un fenómeno metaclasista. Pero también la propia clase obrera pierde de vista a su verdadero enemigo: el imperialismo, para deshacerse en estériles luchas intestinas con la pequeña burguesía nacionalista. En el mejunje ideológico mezcla de anarcosindicalismo español, tradeunionismo norteamericano y retórica seudorrevolucionaria extraída por los cabellos de la revolución burguesa de 1789 en Francia, Santiago Iglesias y sus adláteres en el liderato obrero de la Federación Libre de Trabajadores terminan por crear la gran babel ideológica en el movimiento obrero puertorriqueño.

Ahora bien, si la burguesía puertorriqueña de los primeros cuarenta años de dominación
norteamericana era débil y parasitaria, la burguesía actual compuesta de compradores e
intermediarios de las grandes empresas industriales, comerciales y financieras de Estados Unidos lo es aún más. Durante los últimos treinta años el proceso de cimentar la dependencia de la burguesía puertorriqueña se ha incrementado a pasos agigantados. Sólo algunas capas dentro de la pequeña burguesía —profesionales, pequeños industriales y comerciantes, etcétera— ven en el nacionalismo una posible solución política y económica al problema de dependencia de nuestro pueblo. Pero nadie debe llamarse a engaño: la burguesía nacionalista puertorriqueña hace ya tiempo que agotó sus posibilidades históricas como agente del cambio social en Puerto Rico. La única alternativa que se abre ante la burguesía nacionalista puertorriqueña en este momento histórico es, por consiguiente, la de negarse a sí misma como clase e incorporarse a la lucha de las masas populares en favor de la independencia y el socialismo. Ello implica también, paralelamente, la adopción por parte de esa burguesía nacionalista de la ideología socialista.

Tanto Marx como Lenin comprendieron en su momento la capital importancia de los
movimientos de liberación nacional en la lucha contra el imperialismo al nivel global, si bien no puede negarse que el primero sucumbió en ocasiones al prisma distorsionado producto de su propia formación europea. El nacionalismo es una ideología reaccionaria cuando sirve para crear una falsa conciencia en las masas explotadas sobre el carácter de su verdadero enemigo y para obnubilar el cariz fundamentalmente internacionalista de toda lucha revolucionaria.

El caso típico de lo recién expuesto lo ofrecen los países capitalistas altamente industrializados, donde la burguesía manipula hábilmente el chovinismo y las diferencias étnicas para mediatizar la lucha de la clase obrera. Pero el nacionalismo puede ser una fuerza progresista cuando toma el carácter de una ideología anticolonialista y antimperialista. Esta proposición es singularmente válida en el caso de países coloniales como Puerto Rico.

Se trata, sin embargo, de una fuerza progresista que lo es únicamente cuando participa en el proceso de la liberación nacional consciente de que una vez alcanzada dicha meta habrá cumplido su misión histórica. He ahí la difícil disyuntiva con que se confronta todo movimiento nacionalista en nuestro país, puesto que una vez alcanzada la liberación habrá la tendencia —tan hábilmente descrita por Fanon— de que la burguesía nacionalista quiera ahora calzarse los zapatos de los antiguos dominadores.

A la luz de la experiencia puertorriqueña el nacionalismo —como factor catalizador de la conciencia antimperialista y anticolonialista de nuestro pueblo— ha tenido un papel de capital importancia en nuestro desarrollo durante este siglo. Es esta faceta la que debemos incorporar dentro de nuestra lucha por la independencia y el socialismo, alcanzando de esta manera una síntesis superior donde se fundan las luchas de suyo inseparables entre la autodeterminación de Puerto Rico y las reivindicaciones sociales de las masas populares.

4 El desempleo masivo y el subempleo, el éxodo rural-urbano y el proceso emigratorio hacia la metrópoli deben entenderse a la luz de los conceptos de “superpoblación relativa” y “ejército industrial de reserva” más bien que como meros fenómenos carentes de relación con las transformaciones sociohistóricas que se dan a nivel macrohistóríco y mícrohístórico dentro del sistema imperialista mundial
Es ya prácticamente un lugar común de nuestro tiempo que uno de los principales
instrumentos del imperialismo en su empeño contrarrevolucionario se basa en la supuesta “explosión demográfica” y su presunta panacea: el control de la natalidad. Se trata en verdad de un intento de revivir la polémica entre Marx y Malthus, dándole la razón, de más está decirlo, al último. Esta ideología ha sido adoptada y puesta en práctica por el gobierno colonial de Puerto Rico durante los últimos treinta y pico de años.

Una mano de obra abundante constituye en el marco del capitalismo en su fase
competitiva un factor tendiente a deprimir el valor de cambio de la fuerza de trabajo y a
minusvalorar, por consiguiente, el precio del trabajo humano en el mercado capitalista. El propio Marx así nos lo indica en El Capital (t.I, p. 541):

Durante los periodos de estancamiento y prosperidad media, el ejército industrial de
reserva ejerce presión sobre el ejército obrero en activo, y durante las épocas de
superproducción y paroxismo pone un freno a sus exigencias. La superpoblación
relativa es, por tanto, el fondo sobre el cual se mueve la ley de la oferta y la demanda
de trabajo. Gracias a ella, el radio de acción de esta ley se encierra dentro de los
límites que convienen en absoluto a la, codicia y al despotismo del capital. [El énfasis
es de Marx.] I

Hoy, cuando en toda América Latina y el mundo subdesarrollado en general se lanza
como parte de la ideología imperialista la tesis de los efectos nocivos de la “explosión
demográfica” y sus consecuencias, conviene recordar la polémica de Marx con Malthus,
sobre todo aquella agudísima observación del primero:

Por tanto, al producir la acumulación del capital, la población obrera produce también, en proporciones cada vez mayores, los medios para su propio exceso relativo.Es ésta una ley de población peculiar del régimen de producción capitalista, pues en realidad todo régimen histórico concreto de producción tiene sus leyes de población propios, leyes que rigen de un modo históricamente concreto. Leyes abstractas de población sólo existen para los animales y las plantas, mientras el hombre no interviene históricamente en estos reinos. [El Capital, t. I, pp. 534-35.]

Siguiendo en la misma línea de razonamiento Marx afirma a renglón seguido:
Ahora bien, si la existencia de una superpoblación obrera es producto necesario de la
acumulación o del incremento de la riqueza dentro del régimen capitalista, esta
superpoblación se convierte a su vez en palanca de la acumulación del capital, más aún,
en una de las condiciones de vida del régimen capitalista de producción. Constituye un
ejército industrial de reserva, un contingente disponible, que pertenece al capital de un modo tan absoluto como si se criase y mantuviese a sus expensas. \El Capital, t. I, p. 535.]

A nuestro juicio los conceptos de “sobrepoblación relativa” y “ejército industrial de
reserva” contribuyen no sólo a explicar la dinámica propia del régimen colonial-capitalista dependiente que impera en Puerto Rico, sino que también son útiles para explicar las razones sociohistóricas para el éxodo migratorio que en el momento actual mantiene a más de una tercera parte de nuestra población fuera del territorio nacional.

De la misma manera los conceptos mencionados son útiles para el análisis de la situación de los puertorriqueños en los Estados Unidos, ya que permiten concebir el problema desde una perspectiva macrohistórica que ubique a nuestro pueblo en el ámbito más amplio de las emigraciones como un fenómeno global producto de las necesidades del propio régimen capitalista de producción. De esta manera el problema de la extracción de la plusvalía puede verse a la luz de cada situación concreta tanto al nivel de la forma peculiar en que se manifiesta la explotación, digamos, en una granja de obreros agrícolas en los Estados Unidos, cuanto en una planta petroquímica en
Puerto Rico. Puede así captarse con una mayor lucidez lo que hay de específico y particular en una situación sociohistórica dada y lo que hay en ésta de general y universal.

Se entrelazan por tanto a través de los conceptos marxistas antes mencionados la microhistoria con la macrohistoria, lo nacional con lo internacional. Huelga decir que este método de aproximaciones sucesivas a los fenómenos sociales que nos preocupan es un instrumento heurístico y no pretende erigirse en un esquema dogmático y por lo tanto antimarxista. De lo que se trata es de proveer un aparato teórico y metodológico basado en los esquemas de Marx que nos permita aprehender y engarzar la realidad social de una manera concorde con la mejor tradición del pensamiento crítico.

5 La lucha de clases en Puerto Rico debe analizarse en el contexto sociohistórico de las formaciones socioeconómicas predominantes en un determinado momento histórico.

Dicha lucha de clases, a su vez, debe estudiarse desde una perspectiva dual: desde aquella que plantea las contradicciones y antagonismos de clases dentro del marco jurídico-político de la relación metrópoli-colonia, y desde aquella que revela la dinámica de las clases sociales a nivel nacional. Esta perspectiva, claro está, debe partir del fenómeno sociohistórico que es la sociedad puertorriqueña como una totalidad

Como he indicado anteriormente, la lucha de clases en Puerto Rico requiere un estudio
sistemático de nuestra realidad nacional que no se ha hecho hasta el presente. Esta
afirmación es particularmente válida en lo que respecta al estudio de la sociedad
puertorriqueña en el siglo XIX, aunque somos conscientes de los esfuerzos en tal dirección hechos por un grupo de historiadores jóvenes que ya tuvimos ocasión de mencionar en este trabajo.

Existe un acuerdo virtual, entre los estudiosos de la materia, de que Puerto Rico cristaliza como sociedad de cultura nacional en el siglo XIX. Por eso es importante delinear a grandes rasgos las clases sociales y sus antagonismos durante ese periodo de nuestra historia, si bien ello no excluye en modo alguno el estudio de los siglos anteriores al XIX. Si examinamos atentamente la situación de las clases en Puerto Rico durante dicho siglo debemos notar lo siguiente: hasta 1873, cuando la esclavitud es
Legalmente abolida, la esclavocracia peninsular y criolla constituía la clase dominante, apoyada desde luego por todo el aparato político-militar de la metrópoli. Pero la contradicción de esta clase no es únicamente con los esclavos cuyo alzamiento temen, sino también con los jornaleros libres cuya producción de plusvalía resulta también indispensable para la continuada expoliación de la colonia.

En conjunción con lo mencionado encontramos también que los colonos españoles residentes en Puerto Rico, en adición a su dominio de la administración pública de la colonia, dominaban a su vez el comercio al por mayor (almacenistas) y el crédito (las instituciones bancarias). Esta situación es lo que hace que la clase dominante explotadora de esclavos y jornaleros basada en el sistema de las haciendas pueda, en determinados momentos de crisis —como en 1865 y 1887—, entrar en contradicción con los intereses de algunos sectores de la burguesía criolla.

No obstante, esta misma burguesía y pequeña burguesía criolla, cuyo principal instrumento político será el Partido Autonomista, verá también con creciente aprensión la participación de los jornaleros y esclavos libertos en la política puertorriqueña del diecinueve. Vale decir que la élite colonial criolla libra la lucha de clases en dos frentes: contra la hegemonía económica y política de los colonos peninsulares de una parte y contra las masas puertorriqueñas desposeídas de la otra.

Con el colapso del imperio español que marca la guerra hispano-cubana-americana
presenciaremos un proceso que tendrá un gran impacto en el desarrollo de nuestras clases sociales. Bajo el signo del nuevo imperio la burguesía criolla se dividirá en dos alas, una autonomista y la otra anexionista. Ángel Quintero Rivera, en un trabajo reciente, ha contribuido a poner el panorama en una mejor perspectiva, si bien resulta a veces confusa su terminología descriptiva.

Con el advenimiento del imperialismo norteamericano notaremos a grandes rasgos el
siguiente proceso: se intensifica un proceso de expropiación de la burguesía puertorriqueña, que en un lapso de treinta años habrá consumado el proceso de centrar la economía puertorriqueña alrededor del latifundio azucarero ausentista. AI mismo tiempo se da un proceso de éxodo-rural-urbano que será decisivo en la creación de un proletariado rural. La devaluación de la moneda perpetrada en los comienzos mismos de la ocupación militar norteamericana (y hecha bajo sus auspicios), la inclusión de Puerto Rico dentro de las barreras tarifarias estadounidenses, la pérdida de los mercados tradicionales para frutos tales como el café y el tabaco y, por último, aunque no menos importante, la ubicación de la isla dentro de la división de trabajo mundial capitalista como país productor de azúcar y su integración por esta vía a los mecanismos del mercado mundial, marcan todo este proceso cuya impronta quedará indeleble en la estructura de nuestras clases sociales durante las primeras cuatro décadas de este siglo.
El desarrollo de una burocracia reclutada entre puertorriqueños que crece como parte de
todo el establecimiento del aparato político-militar norteamericano implantado en nuestra isla a partir de la ocupación de 1898, la formación de capas medias directa o indirectamente vinculadas con la presencia económica del imperialismo en Puerto Rico, junto con el proceso intensificado de penetración cultural que se desata sobre nuestra sociedad a partir de 1898, contribuyen a la formación de la expresión política de la burguesía anexionista puertorriqueña: el Partido Republicano.

De otra parte tenemos a ese sector de la burguesía criolla, que presencia, sin poder
alterarlo, el proceso de declinación del régimen de las haciendas y la progresiva expropiación que terminará por socavar los cimientos mismos de una presunta o real “autonomía” frente a la potencia económica de la metrópoli. El nacionalismo puertorriqueño de las primeras tres décadas de este siglo debe entenderse a la luz del fenómeno recién descrito. La expresión política de este sector de la burguesía criolla lo será el Partido Unión de Puerto Rico.

En cuanto a la clase obrera puertorriqueña podemos distinguir tres sectores fundamentales: el de los obreros agrícolas de las haciendas que constituyeron una importante fuerza política en favor del Partido Unionista (según demuestra Quintero Rivera en el estudio antes mencionado); el de los obreros agrícolas de las grandes plantaciones azucareras, y el de los obreros urbanos relacionados con la producción de mercancías diversas en el seno de las ciudades. Estos dos últimos sectores tuvieron como su expresión política al Partido Socialista dirigido por Santiago Iglesias Pantín.

La crisis del capitalismo mundial que estalla en los años treinta será a su vez un hecho de profundo impacto sobre toda la estructura del poder político en la colonia. Surge entonces un vasto movimiento de protesta social que tiene como protagonista a la pequeña burguesía nacionalista en coalición con los sectores más avanzados de la clase obrera puertorriqueña.

Esta protesta habrá de culminar en un movimiento populista que logra canalizar el
descontento existente por la vía reformista-institucional. Nos referimos aquí, naturalmente, al Partido Popular Democrático fundado en 1938 por Luis Muñoz Marín. Este partido, heredero del Partido Liberal y del antiguo Partido Unionista, logra plasmar un movimiento pluriclasista, dirigido por la pequeña burguesía nacionalista, que alcanza a capitalizar la crisis existente para romper con la hegemonía de la clase dominante tradicional, si bien ello conduciría, como veremos más adelante, a nuevas formas de dependencia dentro del marco colonial-capitalista dependiente.

El Partido Liberal, heredero de la tradición nacionalista del Partido Unionista, y el Partido Nacionalista, ahora bajo la dirección de Pedro Albizu Campos, el primero desde una perspectiva reformista y el segundo desde la revolucionaria, plantearán el logro de la independencia de Puerto Rico como única salida a la situación por la que atravesaba nuestro pueblo en ese momento histórico. Ambos partidos constituyen la expresión política de la pequeña burguesía nacionalista. No obstante, el Partido Nacionalista habrá de plantearse el rompimiento con el régimen colonial por la vía insurreccional.

La feroz represión que se desata contra dicho partido culmina con el encarcelamiento de todo su alto liderato y con la masacre de sus militantes en Ponce (1937) y será un golpe eficaz contra un movimiento político que no logra vincular orgánicamente a la lucha por la liberación nacional con la lucha social de nuestro pueblo. El Partido Liberal, de otra parte, desaparece para todo propósito práctico cuando sus sectores más avanzados fundan junto con Luis Muñoz Marín el Partido Popular Democrático (1938).

Es el Partido Popular Democrático el que logra plasmar un movimiento político capaz de servir como expresión de los dos reclamos básicos de nuestro pueblo en ese momento: el de la independencia nacional y el de la justicia social. Poco importa —y mucho importa— que este partido, siguiendo la trayectoria de movimientos análogos como el APRA peruano y los adecos venezolanos, se haya convertido más tarde en la antítesis de los principios que sustentó retóricamente en 1938. Lo importante es, en verdad, comprender las causas de la forja de un partido político que ha sido el más poderoso movimiento de masas que registra la historia de Puerto Rico.

La crisis en el seno del movimiento obrero puertorriqueño, dramatizada por el llamado de los obreros del este de la isla a Albizu Campos cuando aquéllos se declaran en huelga contra las compañías azucareras ausentistas, servirá para demostrar la incapacidad del ala más radical dentro del movimiento independentista puertorriqueño para lidiar con una situación que hubiese requerido una mayor compenetración y comprensión entre su liderato y las demandas y esperanzas de la clase obrera boricua. Fue penosamente evidente que ni los nacionalistas ni los liberales podían realmente ofrecer una alternativa revolucionaria para los trabajadores en aquel momento histórico, y el liderato del Partido Comunista Puertorriqueño (1934) sólo podrá llenar parcialmente dicho cometido.

Así, pues, el decenio del treinta, cuya coyuntura histórica favorable al rompimiento de las estructuras de dominación colonial-capitalista no puede negarse, conduce no a la revolución anticolonial y antiimperialista, sino a un realineamiento de las fuerzas sociales bajo el signo del populismo. En ese sentido Puerto Rico repite, con las variantes de rigor debido a su condición colonial, la experiencia populista que presenciaremos en muchos países latinoamericanos. La culminación de todo este proceso con el triunfo del PPD en 1940 marcará un hecho coyuntural que no podemos soslayar y mucho menos escamotear.

El Partido Popular Democrático comienza su gestión gubernamental cuando está a punto de estallar la segunda guerra mundial. Su programa populista alternaba la retórica
seudorradical con ofrecimientos para todos los sectores y clases de la población
puertorriqueña. Su liderato, proveniente de las capas medias profesionales, ve en el aparato estatal un poderoso instrumento de dominación y una vía de ascenso social y económico. La burocracia estatal crecerá impetuosamente. Se busca y se logra controlar al movimiento obrero independiente mediante la división de la Confederación General de los Trabajadores (CGT).

Con el resultado electoral de 1944 se sientan las bases para una nueva política
económica alejada de todo lo que puede oler a “nacionalización”. El populismo de los anos cuarenta irá cediendo gradualmente el paso al tecnocratismo y desarrollismo que tendrá su máxima expresión en el programa de “Fomento Industrial” dirigido por Teodoro Moscoso.

Una vez concluida la segunda guerra mundial el panorama se hará más claro. En este
momento corresponderá a Puerto Rico el papel de centro experimental del capitalismo en el Caribe y el resto de la América Latina. La nueva estrategia económica del imperialismo se asentará sobre un “desarrollo económico” erigido sobre la exención contributiva industrial y la mano de obra abundante y barata, así como sobre el “clima industrial” adecuado existente en la isla. Para lograr ese fin es menester sentenciar a la agricultura a una inanición lenta pero segura, lanzándose como consigna del nuevo programa la panacea de la “industrialización”.

Puerto Rico se convertirá, a partir de 1948, en el refugio de las empresas manufactureras de pequeña o mediana dimensión incapaces de competir con las enormes corporaciones
transnacionales características del capital monopolístico norteamericano.

De país monoproductor de azúcar basado sobre la gran plantación de carácter latifundista, Puerto Rico pasará a ser, durante los tres lustros que se inician a partir de la segunda guerra mundial, en un emporio para inversionistas norteamericanos en la busca de un altísimo rendimiento de su capital invertido. En esta primera fase del programa de Fomento predomina lo que algunos economistas burgueses llaman empresas con un predominio del “trabajo intensivo”, significando con ello que son industrias livianas con un alto porcentaje de mano de obra.

Durante la segunda fase de este programa, que se inicia alrededor de la década del sesenta y que se extiende hasta nuestros días, la estrategia económica del imperialismo se concentra en el establecimiento en nuestra patria de gigantescas empresas petroquímicas. Se altera entonces el balance anterior y se invierte la ecuación. La empresa conocida como de “capital intensivo” será la predominante, mientras las pequeñas y medianas empresas, una vez agotado el señuelo de la exención contributiva industrial, optarán por emigrar a otras áreas del caribe —como Haití y Santo Domingo— dispuestas en este momento a imitar el experimento iniciado en Puerto Rico.

Todo este proceso, iniciado formalmente en 1948, ha traído como secuela un enorme
dislocamiento de la economía agraria y un éxodo sin precedentes; no sólo del campo hacia la ciudad, sino de la isla hacia los Estados Unidos. Este éxodo, que ha significado la pérdida de más de medio millón de puertorriqueños que abandonan nuestro territorio nacional a partir de la conclusión de la segunda guerra mundial, debe verse en el contexto de las necesidades y demandas de la economía de la metrópoli.

El panorama de las clases sociales en Puerto Rico a partir de 1940 puede delinearse a
grandes rasgos de la manera siguiente: en la cúspide de la pirámide social tenemos a un
puñado de capitalistas puertorriqueños cuyos intereses económicos están directa o
indirectamente vinculados con la presencia económica, política y militar del capitalismo
norteamericano en Puerto Rico. La expresión política de este grupo es por lo general el
Partido Nuevo Progresista (PNP), heredero del viejo Partido Republicano, si bien es cierto que hay también miembros de este grupo en el Partido Popular Democrático. La vinculación estrecha de este grupo con el capitalismo norteamericano, así como el propio orden jurídico dentro del cual se desenvuelven, hacen de ellos una burguesía dependiente, lejos de ser lo que podría denominarse una “burguesía nacional” en otros países latinoamericanos.

A este grupo debemos añadir todo un conjunto de grupos cuyas probabilidades de existencia se hallan directamente vinculadas al gran capital norteamericano o a su aparato económico-político, tales como los banqueros, los especuladores en bienes raíces, los constructores, los profesionales altamente pagados, etcétera. Es esta clase lo que en otro contexto yo he denominado la élite colonial puertorriqueña, pero que para ser más exactos deberíamos llamar la clase dominante colonial, que sirve a manera de intermediaria de los grandes intereses monopolísticos que mandan en Puerto Rico.

Como consecuencia directa del crecimiento elefantiásico de las burocracias estatales y
privadas en Puerto Rico, tenemos un desarrollo numérico extraordinario de las capas medias de nuestra población. Estas capas medias tienen como su medio principal de ascenso social la educación universitaria. Son capas residentes por lo general en áreas urbanas, recipientes de un salario por sus servicios y con un estilo de vida orientado hacia la sociedad de consumo cuyo modelo son los Estados Unidos. De estas capas medias no es menos cierto que el contingente más numeroso entre ellas se inclina por las diversas modalidades del anexionismo (incluyendo aquí al “Estado Libre Asociado”).

A estas capas medias debemos añadir a los pequeños comerciantes y detallistas, empleados secretariales, choferes, tenderos, etcétera, que viven una precaria existencia en la penumbra entre la pequeña burguesía y el proletariado. Entre estas capas hay también propulsores de la independencia de Puerto Rico. La clase obrera industrial, de otra parte, es hoy el sector más importante y poderoso dentro del desarrollo de la clase obrera puertorriqueña. Basta con percibir el papel preponderante de la manufactura y el menguado papel de la agricultura en nuestra economía para darse cuenta de la magnitud del fenómeno acaecido. Ello no significa que el obrero agrícola haya desaparecido, pero su destino parece ser el de emigrar hacia las granjas agrícolas en los Estados Unidos.

La clase obrera puertorriqueña tuvo como expresión política durante las primeras dos
décadas de este siglo al Partido Socialista de Santiago Iglesias Pantín. Pero ya para 1924 este partido se había corrompido y se halla en contubernio con el Partido Republicano, partido de la oligarquía criolla anexionista. Con la fundación del Partido Comunista en 1934 la clase obrera encuentra un portavoz de sus intereses como clase, pero en 1940 y 1944 el Partido Comunista, siguiendo la política de los frentes populares, apoyará al PPD en las elecciones coloniales. Éste le paga con la destrucción de la CGT y con el anticomunismo macartista de los años cincuenta, cuando la persecución política contra el Partido Comunista Puertorriqueño alcanza su mayor intensidad y fiereza.

Ante esa situación la clase obrera puertorriqueña ha optado por vertir su fuerza política en alguno de los dos partidos tradicionales. Ése es precisamente el propósito que anima al Partido Socialista Puertorriqueño (PSP) en el momento actual: el de servir como expresión política, como instrumento de lucha de los trabajadores puertorriqueños.

Ahora bien, es imprescindible notar el hecho de que bajo el régimen económico actual
existen grandes masas de obreros desplazados tanto por los cambios estructurales operados en la economía puertorriqueña a partir del “Fomento”, como por las transformaciones tecnológicas que han marchado de la mano con esos cambios. El resultado de ello ha sido la creación de un vasto subproletariado compuesto por los desempleados, los subempleados, los desplazados en general por la propia naturaleza del régimen capitalista. Una vez más el concepto de superpoblación relativa de Marx a que hicimos referencia anteriormente en este trabajo nos ayuda a comprender mejor lo que estamos discutiendo. Merece la pena detenernos en este concepto por la luz que vierte en torno a nuestra situación económica.

Para Marx la superpoblación relativa reviste tres formas constantes: la flotante, la latente y la intermitente: a] La latente:
“En los centros de la industria moderna —fábricas, manufacturas, altos hornos, minas, etc.— nos encontramos con que la producción tan pronto repele como vuelve a atraer contingentes obreros en gran cantidad, por donde el número de obreros en activo aumenta en términos generales, aunque siempre en proporción decreciente a la escala de
producción. Aquí, la superpoblación existe en forma flotante.” [El Capital, i, 543.]
b] La constante:
“Tan pronto como la producción capitalista se adueña de la
agricultura o en el grado que la somete a su poderío, la acumulación del capital que aquí funciona hace que aumente en términos absolutos la demanda respecto a la población obrera rural, sin que su repulsión se vea complementada por una mayor atracción, como ocurre en la industria no agrícola. Por tanto, una parte de la población rural se encuentra
avocada a verse absorbida por el proletariado urbano o manufacturero y en acecho de circunstancias propicias para esta transformación. (La palabra “manufacturero” tal como aquí se emplea, engloba toda la industria no agrícola). Como vemos, esta fuente de superpoblación relativa flota constantemente. Pero su flujo constante hacia las ciudades presupone la existencia en el propio campo de una superpoblación latente constante, cuyo volumen sólo se pone de manifiesto cuando por excepción se abren de par en par las compuertas del desagüe. Todo esto hace que el obrero agrícola se vea constantemente reducido al salario mínimo y viva siempre con un pie en el pantano del pauperismo.” [ El Capital,I, 544.]
c] La intermitente:
“La tercera categoría de la superpoblación relativa, la intermitente,forma parte del ejército obrero en activo, pero con una base de trabajo muy irregular. Esta categoría brinda así al capital un receptáculo inagotable de fuerza de trabajo disponible. Su
nivel de vida desciende por debajo del nivel normal medio de la clase obrera, y esto es
precisamente lo que la convierte en instrumento dócil de explotación del capital. Sus
características son: máxima jornada de trabajo y salario mínimo. Bajo el epígrafe del trabajo domiciliario, nos hemos enfrentado ya con su manifestación fundamental. Su contingente se recluta constantemente entre los obreros que dejan disponibles la gran industria y la agricultura, y sobre todo las ramas industriales en decadencia, aquellas en que la industria artesana sucumbe ante la industria manufacturera y ésta se ve desplazada por la industria maquinizada. Su volumen aumenta a medida que la extensión y la intensidad de la acumulación dejan ‘sobrantes’ a un mayor número de obreros”. [El Capital,I, 544-45.]
Como puede notarse, estas tres categorías referentes a la superpoblación relativa pueden
ser de gran utilidad como instrumento para analizar una sociedad como la nuestra, con un desempleo de un 30% de la fuerza trabajadora (en algunos pueblos del interior esta cifra alcanza más del 50%). Las transformaciones sufridas por la sociedad puertorriqueña una vez emprendido el camino de la industrialización capitalista pueden encuadrarse dentro de ese marco teórico, precisándose en cada caso particular la aplicabilidad del esquema marxista.

Hay una última categoría de análisis marxista que nos compete particularmente. Nos
referimos al concepto de lo que Marx llama el pauperismo y que también puede sernos de gran utilidad en nuestro análisis. Marx describe el fenómeno de la siguiente manera:
Los últimos despojos de la superpoblación relativa son, finalmente, los que se refugian
en la órbita del pauperismo.

Dejando a un lado a los vagabundos, los criminales, las prostitutas, en una palabra, al
proletariado andrajoso (“lumpenproletariado”) en sentido estricto, esta capa social se halla formada por tres categorías.
Primera: Personas capacitadas para el trabajo.Basta consultar superficialmente la estadística del pauperismo inglés para convencerse de que la masa de estas personas aumenta con todas las crisis y disminuye en cuanto los negocios se reaniman.
Segunda: Huérfanos e hijos de pobres. Estos seres son candidatos al ejército industrial de reserva, y en las épocas de gran actividad, como en 1860 por ejemplo, son enrolados rápidamente y en masa en los cuadros del ejército obrero en activo.
Tercera: Degradados, despojos, incapaces para el trabajo.

Se trata de seres condenados a perecer por la inmovilidad a que les condena la división del trabajo, de los obreros que sobreviven a la edad normal de su clase y, finalmente, de las víctimas de la industria, cuyo número crece con las máquinas peligrosas, las minas, las fábricas químicas, etc., de los mutilados, los enfermos, las viudas, etc. El pauperismo es el asilo de inválidos del ejército obrero en activo y el peso muerto del ejército industrial de reserva. Su existencia va implícita en la existencia de la superpoblación relativa, su necesidad en su necesidad, y con ella constituye una den las condiciones de vida de la producción capitalista y del desarrollo de la riqueza. Figura
entre los faux frais de la producción capitalista, aunque el capital se las arregla, en gran
parte, para sacudirlos de sus hombros y echarlos sobre las espaldas de la clase obrera y
de la pequeña clase media. [Marx, El Capital, t.I, 545-46.]

El concepto de “pauperización” nos trae a colación el papel del “lumpenproletariado” en
la lucha revolucionaria, hecho que ha motivado grandes debates dentro del seno del
movimiento libertador puertorriqueño. No es éste el momento de entrar en ese debate.

Baste con señalar que la categoría “lumpenproletariado” que Marx nos describe requiere un estudio a fondo de sus implicaciones como sector del proletariado industrial-urbano en cada instancia específica.

En todo caso, hemos intentado hasta aquí ofrecer un somero esbozo de la lucha de clases en Puerto Rico a la luz del análisis marxista. En el momento que vivimos esa lucha de clases se ha agudizado tanto a nivel nacional como internacional, hecho que se hace más flagrante con la crisis del capitalismo a escala mundial. Nos corresponde a nosotros analizar los lineamientos generales de esa crisis y sus implicaciones para aquellas fuerzas sociales capaces de realizar un cambio revolucionario en Puerto Rico.

El propio desarrollo de la lucha de clases en nuestra patria ha ubicado al proletariado industrial puertorriqueño en el papel del principal agente revolucionario de cambio en nuestra sociedad. Nuestra contribución consiste en convertimos en aquello que Gramsci llamó “intelectuales orgánicos” cuyo destino se entrelace inextricablemente con el del proletariado boricua.

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